Viviendo Amazonas

Esta conversación con María para mí fue una auténtica experiencia ya que pude pasear por la selva amazónica, me bañé en las aguas del río Atabapo y escuché el sonido de la selva. También me hizo pensar en la vida ecológica, en el cambio climático global y si realmente podemos hacer algo para ayudar al...

Esta conversación con María para mí fue una auténtica experiencia ya que pude pasear por la selva amazónica, me bañé en las aguas del río Atabapo y escuché el sonido de la selva. También me hizo pensar en la vida ecológica, en el cambio climático global y si realmente podemos hacer algo para ayudar al respecto. Comparto la entrevista casi completa porque cada palabra de María vibra y pesa en su lugar. Será porque ella no solo es antropóloga, sino también es traductora del español al búlgaro y del búlgaro al español.  Será por eso que en sus palabras uno puede sentir la conexión profunda que  María tiene con la lengua y también su especial actitud a las personas con las que ha vivido en la selva.

María Vutova es de las personas que tienen escasa actividad en las redes sociales a pesar de que tiene méritos que compartir pero a mí me gustaría mencionar que le debemos a ella la traducción al español de los libros Física de la tristeza y Novela Natural de Georgi Gospodinov, así como de las películas Zift (2008) y El Jardín Infinito (2017), entre otras. 

María, gracias por esta conversación y por tus recuerdos compartidos en fotos.

Antes de todo, me gustaría dejar claro dónde y con quién has vivido en la selva Amazónica. Según lo que he leído, estuviste en una comunidad formada recientemente, por lo que no es la típica tribu sin contactar. Hablamos de una comunidad multiétnica, multilingüística formada por personas que no comparten pasado pero quieren compartir futuro y tener una vida simple. Vivir en plena naturaleza es su propia elección. ¿Es así?

Sí, conviví  con un grupo indígena del Noroeste Amazónico de Venezuela, en la frontera con Colombia y muy cerca de Brasil, es decir, casi en la triple frontera. La mayor parte del tiempo viví en una comunidad indígena que era una pequeña aldea de unas 10 familias creada recientemente, en 1999, por indígenas que emigraron de sus antiguas comunidades por diferentes razones: problemas de violencia relacionada con grupos de narcotraficantes, con las guerrillas de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), por problemas internos en sus comunidades de origen,  muertes por brujería, etc. Todas las familias de la comunidad pertenecían al  grupo lingüístico maipure-arawak y se hablaban unas 6 lenguas distintas –kurripako, baniva, baré, warekena y ñengatú, más el castellano, siendo éste el idioma común para todos pero no su idioma materno. Tampoco lo era para mí, algo que les resultaba muy curioso. Nos íbamos enseñando mutuamente nuestros idiomas, ellos me enseñaban kurripako y baniva, yo les enseñaba palabras en búlgaro, cada uno apuntando frases sencillas en su cuaderno. Pero el idioma común para todos era el castellano, así que al final no pude aprender bien ningún idioma indígena, que era una de mis fantasías de antes de llegar a la selva.

Antes de nada quería dejar claro que no se trata de una tribu como las que hemos visto en las películas, no van desnudos por la selva ni se pintan la cara.

Es un poco la imagen que tenemos cuando hablamos de Amazonía o de indígenas amazónicos. Solemos imaginarnos a indígenas desnudos, con penachos y taparrabos, y luego te llevas alguna decepción cuando les ves que llevan vaqueros y tienen antenas satélites, como si estos atributos les hicieran menos indígenas a nuestros ojos. En esta relación me han contado un caso de hace años, que no sé si es una especie de “leyenda urbana”, de unos turistas alemanes que se quedaron decepcionados al conocer la zona y dijeron “esto no son indígenas de verdad” porque la gente llevaba vaqueros.  En el imaginario occidental por norma se les ha ido negando a los indígenas el derecho a la modernidad, considerando que es contradictoria a la tradición en la que, por su propio bien, supuestamente deberían permanecer. Pero esto es algo mutuo, ya que de la misma manera de la que nos hacemos dueños exclusivos de la modernidad y nos choca ver que ellos tienen antenas satélites en medio de la selva, a ellos por su parte también les choca que alguien venido de fuera de Amazonas intente llevar la vida típica de la selva. Para ellos también resultaba chocante que yo intentase comer picante y que encima me gustara, porque también ellos consideran que son cosas exclusivamente suyas. “Los amazónicos comen picante y la gente de fuera no.” Сada uno se hace una imagen del otro y luego confirma o desmiente sus propias ideas. Y vuelvo otra vez a tu pregunta, la gente con la que yo conviví no son indígenas sin contactar, en absoluto, son indígenas amazónicos, algunos han estudiado en Caracas, tienen estudios universitarios, conocen la ciudad y la vida fuera de Amazonas y algunos de ellos han elegido volver porque les gusta la selva, es su hogar, se sienten mejor allí que en las grandes ciudades.

Llegamos a la pregunta básica: ¿tú, María, por qué fuiste allí? ¿Cómo te enteraste de su existencia, por qué elegiste esta comunidad y, en fin, cómo acabaste viviendo tan lejos?

Viví allí mientras realizaba trabajo de campo como parte de mi investigación para la tesis doctoral en Antropología Americana. Vine a España desde Bulgaria para hacer un Doctorado de Antropología Americana y una vez ya en la Universidad Complutense de Madrid, en el departamento de Historia de América  (Antropología de América), mi director de tesis me recomendó esa comunidad porque el año anterior había hecho un viaje por el Orinoco con varios antropólogos más, y habían recorrido el Noroeste Amazónico. Esa comunidad le había gustado mucho, le había parecido una comunidad muy abierta y agradable, muy hospitalaria, y consideró que sería un buen sitio para mí para hacer una primera toma de contacto con la selva amazónica, y acertó. Así que al año siguiente me cogí la mochila y me dirigí hacia allá, y aunque posteriormente me moví  bastante por el Noroeste Amazónico, la mayor parte de mis temporadas de trabajo de campo la pasé en esa comunidad.

¿Cuánto tiempo has estado allí en total?

En total casi un año y medio repartido en cuatro viajes en cuatro años seguidos.

Me gustaría que intentes ubicarnos allí y describir el entorno.

Es el Estado Federal de Amazonas de Venezuela, está en la cuenca del Orinoco, en la frontera con Colombia donde el río principal es el río Atabapo, que marca la frontera. Yo estuve en un afluente de este río.

Es una selva abierta, no es un monte muy cerrado, aunque si te metes dentro del bosque son árboles muy altos y grandes, es un bosque muy espeso y si echas a andar durante horas no se ve el cielo, pero en el resto es una zona de ríos amplios, de selva abierta, de muchos llanos, son ríos de aguas negras. El río Orinoco es de aguas de color más claro y opaco, mientras que el Atabapo es de aguas negras y transparentes o como les llaman ellos, aguas de “color coca cola” porque el agua es de color rojizo, oscuro, algo que se debe a una sustancia que se llama tanina y que hace que, felizmente, no haya tanta cantidad de mosquitos. Bueno, estamos en la selva, siempre hay mosquitos, yo me rascaba todo el tiempo porque me picaba todo pero no es como en el propio Orinoco o el propio río Amazonas, que está más al sur, en Brasil, cuyas aguas son turbias, parecen barro líquido.

Entiendo que el agua del río es muy importante ya que has mencionado muchos detalles de su calidad. Es el agua que bebías y el agua en que te bañabas ¿verdad? 

Sí, ellos son gente de río, las comunidades las forman a las orillas de los ríos, y su vida depende del agua. Es el agua que se bebe, el agua con el que se cocina, es el agua donde te bañas, donde te lavas los dientes, donde lavas la ropa. Los ríos son también las carreteras, la única forma de desplazarte es por el río así que sí, son vitales.

¿Y el clima en general cómo es?

Aunque hay dos temporadas, la de las lluvias y la seca, siempre hace calor, así que lo que para ellos es el invierno no tiene nada que ver, evidentemente, con nuestro invierno. La diferencia principal entre las dos temporadas otra vez es el río. Es algo muy llamativo, el paisaje cambia radicalmente, si no lo hubiera visto con mis propios ojos no lo creería, en un mismo punto del río, entre la estación seca y la de las lluvias, el agua puede crecer unos 20 metros de profundidad, es una cosa increíble, yo no daba crédito… En la temporada seca los ríos bajan, los cauces se cierran, entonces se abren unas playas enormes, y como el río es de color negro las playas blancas contrastan mucho, parecen azúcar. De hecho cuentan que  los niños de los pueblos cercanos cuando por primera vez pisan la selva y ven la arena se ponen a comerla porque creen que es azúcar de verdad… son unas playas espectaculares. Cuando entré por primera vez el paisaje era así: aguas rojizas, oscuras, playas blancas, paisaje infinito, abierto y, cuando salí tres meses después, el bosque por el que había caminado tres meses atrás, estaba hundido bajo el río, así que desde la barca podía tocar con los dedos los picos de las copas de los árboles que asomaban a la superficie… cuando me dijeron que se trataba del mismo lugar no daba crédito, era absolutamente irreconocible.

Me imagino que la vida también cambia en estas dos temporadas.

Cada temporada tiene sus ventajas y sus desventajas. En invierno, cuando el nivel del río sube, navegar es mucho más fácil, no tienes obstáculos por el camino, los ríos son muy profundos, el agua es limpia, pero el problema es  que hay menos comida: los peces se dispersan, los animales se quedan en el  bosque ya que no necesitan salir a buscar agua, el agua les llega a ellos.

En verano, en la época seca, cuando los cauces se cierran y los ríos se secan, es prácticamente imposible navegar. Un viaje que en época de lluvias se lleva cuatro horas, en la época de sequía se llevaría un par de días. Pero en esta época hay muchísimo más pescado porque se concentra en menos agua, los animales del monte también salen del bosque para beber agua y es mucho más fácil cazarlos. También salen a flote las enormes rocas y piedras, se trata de una zona de muchísimas piedras y rocas en los cauces de los ríos. Hay historias maravillosas sobre los petroglifos que, cuentan, existían desde los orígenes del mundo y los pintaron cuando las piedras estaban blanditas como la arena. En invierno con la crecida de los ríos esas piedras no se pueden ver.

Y la comida, ¿qué comías allí?

Comía todo lo que comían ellos, ellos me cuidaban como una hija y compartían su comida conmigo. Comíamos pescado principalmente, un sinfín de tipos de pescado que cambian dependiendo de la temporada, y aparte del pescado, también tortugas, un tipo de cocodrilo pequeño que llaman babo y varios animales del monte: distintos tipos de monos, tapir, pecarí, venado, armadillo, lapa, algunas aves, oso hormiguero, también varios tipos de hormigas, vivas o fritas…

¿Y fruta y verdura?

Bastante menos de lo que uno se imagina pensando en la selva, porque te imaginas todo allí lleno de fruta y verdura. La fruta más común allí es la piña, el mango, los plátanos, los cambures- una variedad de plátano mucho más pequeño-, frutas de las palmeras: seje, manaca, de los que hacen zumos. Su principal sustento es la yuca, o la mandioca, de la que hacen su pan, el casabe, lo hacen de la yuca brava que es la variedad de la yuca amarga y es venenosa, pero ellos tienen una forma de sacarle el veneno y a partir de allí ya hacen su pan, que son unas redondas pitas llamadas casabe, y también el mañoco, una especie de harina granulada que es muy dura cuando se come seca, pero cuando la echas al agua para hacer la bebida típica, la yucuta, o a la sopa, se reblandece y a la vez le da más consistencia al caldo, así alimenta más. La dieta se basa en pescado, en las sopas o sancochos de pescado y el pan de yuca, el casabe. La verdad es que es bastante rico todo.

Echas de menos estos sabores, has intentado preparar alguno de los platos de Amazonas aquí en Europa.

Sí, los echo de menos muchísimo, por eso siempre me traía algo en la mochila de vuelta, me traía salsa picante a base de yuca y cabezas de hormigas, alguna bolsa con mañoco o con almidón, que es otro producto que preparan de la yuca, es muy dulce, aunque tampoco tanto. Yo allí descubrí que con el tiempo los sabores también se educan, se enseña lo que es el dulce, el amargo. Todo depende del contexto y cuando vives rodeado de gente que te dice que esto es muy dulce al final aprendes a sentirlo como  muy dulce. Cuando me traje almidón de yuca a Madrid para que mis amigos probasen esta delicia dulce con el café, por poco nos rompemos todos los dientes porque realmente es muy duro y por mucho que lo mojábamos en el café pues no era lo mismo, ya que encima nos resultaba soso de sabor. Me di cuenta de que si no lo tomas allí rodeado de gente que lo considera como un manjar dulce y que es la alegría de los niños que se sientan por la tarde a comer almidón, pues la verdad es que no tiene ninguna gracia comerlo en Madrid.

Tienes un sabor o un aroma que asocias con estas tierras.

Hm… no lo sé, fíjate que estoy pensando más en el sonido.

¡Ah!, ¿sí? ¿Y cuál es el sonido de la selva?

El de las chicharras por la tarde, que es una cosa tan estrepitosa que la primera tarde cuando escuché las chicharras me asusté de verdad y pensé que ocurría algo… Pensé que se estaba cayendo un avión cerca porque es un ruido metálico muy estrepitoso, como si alguien golpease unos bidones de metal con una barra de hierro, es una cosa tan inaudita que me llevé un sobresalto. Me dijeron risueños: “María, son las chicharras.” Pero son unas chicharras enormes, allí todo es sobredimensionado, son muchísimo más grandes que las de Europa, lo mismo pasa con las hormigas.

O sea que el sonido es lo que recordarás siempre.

El sonido de la selva y el sonido de la noche. Durante el día prácticamente no hay sonidos porque están todos los animales metidos en algún sitio por allí y no se dejan oír ni ver, en cambio la noche es muy llamativa, muy sonora. Yo tenía otra idea, quizá influida por la novela de Alejo Carpentier “Los pasos perdidos”, que por cierto precisamente está contextualizada en la cuenca del Orinoco, la leí en la carrera y me llamó muchísimo la atención, y luego cuando supe que me iba al Orinoco la volví a leer, allí tenía subrayada una frase que hablaba sobre el silencio de la selva por la noche y me había hecho una idea muy idílica: la noche, el silencio de la selva que te rodea y te ayuda a encontrarte contigo mismo etc. Pues no, ni silencio, ni nada. La noche en la selva es ruido, es chillido, es gemido, son animales que gritan, que suspiran, que se mueven, que se arrastran y pululan… y a todo esto hay que añadirle el ruido del generador eléctrico para dar luz por la noche, que tiene un motor que lo ensordece todo… y si sumamos los niños que intentan ver la tele, alguna telenovela, armando jaleo, cantando y bailando… pues al final cuando se apaga el motor del generador es el momento en el que, en vez del silencio de la selva,  te das cuenta de que estás rodeado de animales gritones…  es una cosa bastante llamativa.

Tú has mencionado “Los pasos perdidos” de Carpentier y yo, por ser madre de una niña de 3 y otra de 6 años, al escuchar tus palabras he pensado en “El libro de la selva”. Y como hemos mencionado niños, ¿cómo es su vida en la selva de Amazonas? ¿Tienen colegios o la libertad es completa?

Sí, tienen colegios, en la comunidad donde viví había dos colegios, los maestros son indígenas de esta misma comunidad, por lo que los niños reciben la educación primaria en la comunidad, y luego se trasladan a los colegios de la Misión Salesiana, en San Fernando de Atabapo o en la capital del Estado de Amazonas Puerto Ayacucho, lo que supone que muchas veces las familias enteras se trasladan para estar con sus hijos.

¿A qué jugaban? A mí me gusta mucho mantener el contacto con la naturaleza, intento que mis niños jueguen con piedras o pinten hojas, me puedes dar alguna pauta de algún juego de allí que se podría integrar en nuestros juegos en casa.

Tampoco había juegos tan distintos a los nuestros, los niños más pequeños cantan mucho, juegan al Conejo blanco *(Conejo blanco, ¿a dónde vas/ y dime por qué llevas las manos atrás? – Las llevo así, porque escondí /un lindo regalo especial para TI., trepan a los árboles jugando a ser el Hombre Araña… Los mayores jugaban al fútbol, al voleibol, habían hecho dos canchas, una más grande fuera del círculo de las casas y allí organizaban los juegos y competiciones, que son muy importantes.  El fútbol es muy importante en Amazonas, a veces da la sensación de que la vida gira en torno a los campeonatos de fútbol que organizaban entre las comunidades. Toda la comunidad, bebés y perros incluidos, todas las familias de repente se montan en la barca con sacos de comida y se van unos días o semanas a la comunidad de al lado durante las Fiestas Patronales, en las que también se organizan competiciones, o durante la Liga de fútbol del río Atabapo etc. Se hacen también distintos torneos – nataciones en el río, tiro con arco, hacen sus propias olimpiadas. Pero el día a día los niños juegan a todo, juegan en el río, se zambullen, corren, es una vida al aire libre, al sol. Saben nadar desde pequeñísimos como pececitos, pues es su entorno natural. Yo vivía con el pánico constante porque veías a bebés pequeños de 2 años o 1,5 años que ya eran los hermanos mayores del bebé más reciente de la familia, y de repente los ves caminar por el borde de la canoa, o jugar con cuchillos o con machetes y dices, ay, esto va a acabar mal, se van a tropezar, caer, cortar…

Pero que nunca acaba mal…

La que se tropezaba, resbalaba y cortaba era yo. Allí hasta los bebés eran muchísimo más hábiles que yo, evidentemente.

Otra cosa que me gustaría comentar contigo es el concepto de la vida ecofriendly, tan actual últimamente. En los últimos años estamos sintiendo que el final del mundo está cada vez más cerca y tú has estado en el pulmón verde de nuestro planeta, en el sitio que tiene una relación inmediata con el cambio climático del planeta. Tengo curiosidad por saber cómo la gente de allí se siente afectada por el cambio climático. Y, por otro lado, si su vida es realmente ecofriendly, ¿o es que ellos también contaminan la naturaleza? Será una relación muy peculiar que me gustaría comentar contigo.

Por una parte, si tuviéramos que llamarles ecofriendly y aunque es un concepto que ni conocen ni les describe, comparado con nosotros sí lo serían, porque viven sumergidos en la naturaleza. Ellos mismos bromean “voy al supermercado porque hoy quiero comer tapir” y entran en el monte a cazar un tapir. Pero habría que matizar esa imagen idílica que tenemos sobre el indígena que vive en paz y amistad con su entorno… Por un lado, porque, igual que nosotros, son consumidores del plástico  y al final todo acaba en el río donde lo tiran para que se lo lleve la corriente…  El problema no son las botellas de coca-cola que se lleva la corriente, sino que los ríos están contaminados por la explotación ilegal de oro.  Así que no diría que ellos contaminan, realmente lоs verdaderоs problemas vienen por otro lado… ellos literalmente dependen de su entorno: del agua, de los animales que les rodean, dependen del bosque porque no solo les da comida, les da los remedios para las enfermedades, en fin, se lo da todo.  Los indígenas, sin lugar a duda, son los que mejor cuidan de su entorno. Pero no se trata de una ecología en conceptos occidentales – el hombre no es el guardián de la naturaleza, sino parte de una red de relaciones que son mucho más conflictivas que armoniosas, como por ejemplo las relaciones con los otros seres que pueblan la selva o que viven debajo de los ríos: espíritus, dueños de animales, gente sin ombligo y, en general, todo tipo de seres corpóreos e incorpóreos.

Luego, comparto contigo esta sensación de un final que está cada vez más cerca.  El destrozo ambiental en esta zona es algo que viene ocurriendo desde hace décadas, pero la situación últimamente en Venezuela se ha convertido en una auténtica pesadilla, pues es una zona muy caliente políticamente. Es plena selva amazónica, frontera entre Venezuela y Colombia y casi de triple con Brasil. Por un lado, el proceso de pacificación en Colombia, que fue un proceso largo y lento, hizo que en las últimas décadas las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia huyeran de Colombia y se trasladaran a los países vecinos, y Venezuela llegó a ser un gran receptor de comandos y de grupos guerrilleros. Hugo Chávez lo negaba rotundamente, pero era un saber común, ya que hasta yo personalmente llegué a ver comandos de las FARC, sabía en qué zonas se movían o tenían  sus campamentos. En una ocasión hasta me topé con un grupo de unos treinta guerrilleros vestidos de paisano, y me estuvieron haciendo preguntas toda la noche. Puede parecer que no, pero se trata de procesos que repercuten directamente en el entorno. Por un lado, están todos estos grupos guerrilleros, FARC o ELN (Ejército de Liberación Nacional), que desde Colombia llegaron a Venezuela donde se reconvierten en bandas criminales. Hoy por hoy los diferentes grupos guerrilleros que ocuparon el terreno que dejaron las antiguas FARC están cada vez más fortalecidos no solo gracias a la expansión del narcotráfico, principal fuente de finanzas, sino también porque en el territorio venezolano pueden campar a sus anchas: es allí donde residen los altos mandos y es allí donde pueden entrenar a sus tropas. En Colombia uno de sus sustentos era la cocaína, pero el gobierno de Colombia con la política de la erradicación y la quema de las plantaciones les ha hecho perder muchísimo dinero y ¿cómo lo recuperan?, pues haciendo sus plantaciones en Venezuela y organizando el narcotráfio desde territorio venezolano, o bien, dedicándose a la explotación y el tráfico del oro y del coltán. El coltán es un mineral cuyo precio llega a ser incluso más caro que el oro porque se utiliza por ejemplo para hacer las baterías de los móviles, y en enero de 2010 en la Amazonía venezolana se descubrió uno de los yacimientos más importantes del mundo. Así que por un lado se trata de explotación ilegal de oro y de coltán, aunque tampoco es estrictamente ilegal porque en Venezuela la explotación está apoyada –por activa o por pasiva–  por unos gobiernos corruptos que posibilitan ese sistema de predación, de explotación brutal de la naturaleza, y ese es el verdadero problema.

En los últimos diez años todo ello ha aumentado a una velocidad salvaje, brutal. Hace unos meses se publicó un informe del impacto de explotación de la selva, un informe pionero en su género que se hizo a lo largo de diez años abarcando todos los países amazónicos y que evidencia el impacto en la vida delos indígenas, habla del deterioro de la vida de la gente de la selva. El impacto de las minas en la vida y en la salud de la gente es brutal, ya que no hablamos de pequeños asentamientos mineros, sino de explotación a gran escala que hace que los cauces de los ríos se desvíen, arrastra contaminción de las aguas, deforestación… Se trata de grandes poblaciones alrededor de las minas, casi ciudades, que tienen hasta sus bares, prostíbulos, discotecas, tiendas y donde se traslada la gente a buscar trabajo, lo que arrastra tras de sí el abandono escolar, el aumento de la prostitución, la prostitución infantil, el aumento de las enfermedades, de la violencia, etc. etc. El territorio amazónico que tiene Venezuela, es decir, el Estado Federal de Amazonas, es tres veces más grande que toda Bulgaria, pero en comparación con la Amazonía brasileña es un territorio minúsculo, pero aun así según este informe –que se hizo antes de la catastrófica llegada al poder de Bolsonaro–, en todo Brasil hay unos 500 garimpos, es decir, minas ilegales de oro, mientras que solo en Venezuela, que lidera el ránking de los países amazónicos, a día de hoy hay casi 2000 minas ilegales… y esto es una realidad aterradora y muy triste. Hoy el agua del río del que yo bebí hace años y en el que me bañé y en el que mi familia de allí sigue viviendo, bañándose y criando a sus hijos está contaminada con mercurio y con cianuro. * (el mercurio y el cianuro se utilizan en el proceso de extracción de oro para facilitar su separación del resto de minerales) Y es una realidad a la que no sé qué adjetivo ponerle, porque tal y como está Venezuela a día de hoy, a esta crisis económica, humanitaria y política en la que está sumido el país entero, hay que añadirle otra todavía más desoladora, si es posible, una crisis ecológica y, precisamente por ello, humanitaria. De la crisis económica se saldrá algún día, esperemos que esto no se eternice, pero ese destrozo de la selva amazónica es algo irreversible que nos afecta a todos a nivel planetario, humanitario, y no hay marcha atrás. El mercurio no se disuelve en ningún organismo, el mercurio envenena los animales, envenena los peces, envenena a la gente que come ese pescado y esos animales, envenena a todos los que beben el agua de los ríos. La Organización Mundial de la Salud está alertando desde hace años y denunciando los niveles altísimos de mercurio en los organismos de la gente autóctona y que superan con creces el nivel recomendado. Eso hace que aumenten las enfermedades en el embarazo y en la infancia…  en fin,  es una situación muy triste. Es un panorama desolador.

Has dicho “mi familia”, consideras a la gente de allí  familia como la tuya propia.

No se puede comparar evidentemente, pero sí  les considero mi familia, otra familia mía. Les quiero, les echo de menos, les estoy profundamente agradecida, ellos a su vez me cuidaron como una hija suya, hice amigos allí a los que quiero y echo de menos.

¿Volverías allí?

Quiero volver, sí, desde luego, pero…  sinceramente a día de hoy no sé si me atrevería. Por una parte la situación en  Venezuela se ha complicado mucho, y eso que cuando viví allí tampoco era el país más seguro… Aun así solía viajar desde Caracas a Amazonas en autobuses, con mi mochila, durmiendo en algunas estaciones mientras esperaba el autobús del día siguiente, y lo peor que me pasó fue que me robaron la cámara y perdí muchas fotos. Pero a día de hoy no sé si me atrevería arecorrer sola el país. Pero pongamos que sí logro llegar sana y salva a la selva, qué hago, ¿bebo mercurio? Es un tema que no sé cómo afrontar…

¿Qué es lo que te ha hecho sentirte en casa allí: la naturaleza, la gente o la vida simple?

La gente, sin duda. La naturaleza es muy inhóspita, a mí físicamente me era muy complicado llevar el día a día allí, te crees que vas a rendir lo mismo que aquí y nada más lejos de la verdad, porque estás en el trópico muerta de calor, estás débil, con diarreas, fiebre, te pican todo tipo de bichos, estás cansada, pierdes mucho peso, no siempre hay comida, así que físicamente se trata de un entorno muy hostil y muy complicado y aunque al final los momentos de bañarte en el río son muy placenteros, lo que es la naturaleza en sí, es hostil. El paisaje sí que es hermosísimo… me acuerdo siempre de lo que me decía el cura salesiano Ramón Iribertegui quien, junto con su hermano Samuel, me ayudó muchísimo a moverme por allí, me adoptaron prácticamente, les estoy muy agradecida porque me sentí mucho más tranquila con su apoyo y su respaldo en este entorno complicado de narcotraficantes y mineros que, igual que los propios militares venezolanos, siempre te miran con sospecha porque no pueden llegar a creer que has ido allí para vivir con los indígenas, se creen que puedes tener fotos comprometedoras de sus campamentos, laboratoios de cocacína y pistas de aterrizaje clandestinas  etc., pues el padre Ramón decía que “Amazonas es una droga”, te engancha y por difícil que sea el día a día realmente quieres volver una y otra vez. Yo lo he sentido y es así, echo de menos los paisajes, el río, la comida y todo eso,  pero lo que más echo de menos es la convivencia, las conversaciones, a don Rafael quien me contaba historias maravillosas y pasábamos juntos las tardes, echo de menos sentarme con mis amigas de allí que me enseñaron a tejer chinchorro, que es la hamaca, echo de menos el reírnos juntas o simplemente no hacer nada. Echo de menos la costumbre de llegar allí y sentirme en casa, aunque nunca llegas a ser parte de allí o ser uno de ellos -es inevitable y es bonito que así sea- siempre serás alguien de fuera que torpemente intenta vivir allí, pero echo de menos la sensación de medio-acostumbrarme a vivir allí y vivir con tranquilidad, no esforzarme a entablar conversaciones, sino disfrutarlas… Porque al principio te vas a un sitio sola, no conoces a nadie, tienes que ser el motor de las relaciones y acercarte a ellos, y eso es algo que depende del carácter de cada uno, a mí resultó que me era complicado abrirme y ser la parte activa de esas relaciones, y me decía que tenía que serlo ya que al fin y al cabo era yo la que había ido a convivir con ellos, pero lo que echo de menos es esa comodidad del segundo año, el tercero y el cuarto, la tranquilidad que se siente al volver a un sitio, tan distante y tan distinto, y reconocerlo como tuyo, reconocerlo como tu casa y ver y sentir que ellos te reciben y te dicen “María, esta es tu casa, aquí está tu chinchorro”. Echo de menos esta sensación, de vivir allí, en medio de la selva, estar desconectadа completamente de lo que es lo tuyo, y aun así sentirte entre tuyos, en casa.

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Más publicaciones de María Vutova en relación con el Amazonas:

Tesis doctoral de María Vutova: „Gente como nosotros. Convivencia e impostura en el noroeste amazónico“ (2017г.)

Otros artículos suyos publicados online aquí y aquí.

Algo de parte de mí sobre el tema:

Como no quería salir de esta conversación con la sensación de impotencia en relación con lo que está sucediendo en la Amazonía, busqué varias organizaciones que acciones reales ayudan a mejorar la situación allí. Aceptan donaciones, reclutan voluntarios y buscan embajadores para luchar por las causas con las que están comprometidas.

https://www.rainforesttrust.org/ – compra tierras en forma de propiedad privada en la Amazonia para proteger el bosque de la tala. También tiene una tienda online, cuyos ingresos también utiliza para su causa.

https://amazonwatch.org/  actúa en defensa de los derechos de los grupos étnicos locales, supervisa la protección de los derechos humanos de indígenas locales.

https://www.rainforest-alliance.org/   –  apoya la producción y artesanía locales que existen sin destruir el frágil ecosistema de la selva tropical. Certifica productos como Amazon-safe. Proporciona materiales educativos para despertar el interés de los niños en el tema y les explica por qué la protección de los bosques tropicales es importante para todos nosotros.

https://www.survivalinternational.org/ – trabajan en colaboración con los pueblos indígenas para proteger sus vidas y su tierra.

https://amazonaid.org/  – a través de  arte, música, documentales y, en general, en colaboración con varios artistas, promueve la necesidad de preservar la Amazonía.

Visita estas páginas web y, por qué no, visita la selva amazónica. 🌴

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Fotos: ©María Vutova

Entrevista: Meglena Misheva

Traducción al búlgaro: Meglena Misheva y María Vutova

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